Bien. Una noche me preguntabas que eras vos para mí. Así que el licor en la cabeza hace pensar mejor y esto fue lo que escribí después de mi huída repentina. Sos el gallo, la veleta vigilante de puntos cardinales que lanza sus flechas al sur de Vinh. Demasiada gramática y pocas flores, demasiados síndromes de títulos aristócratas, demasiada explosión nuclear. Sos la fe que estremece el paisaje, un coro de vírgenes vestales, el corazón infectado, la luz de los días. Tenés la belleza contradictoria de una casa en eterna construcción, paredes sin puertas, puertas sin ventanas, paredes sin techos ni ventanas ni puertas, sin habitantes, pero con un mar helado y quieto que puede burlarse de los campos patagónicos y del viento arenoso que nunca deja de soplar, tan magnético, tan poblado de cangrejos y medusas de gran tamaño. Sos el kilo y medio de 2666, en días en que no querés leer nada. El inventario de historias donde sólo hay abrigo para un puñado de recuerdos que aguardan inquietos en la máquina cognitiva. Sos volver de un viaje de intensos retratos, de un horizonte asfixiado y de una verdad implacable. La pesadilla que debe amor, debe ausencia, debe sonrisas y algunos cafés que habrás de preparar sin azúcar como la amistad se practica sin sexo o como las termitas pulen las rígidas aristas de la soledad. Debés olvido. Yo por lo menos te debo el esfuerzo, el valor de bajar guardias, defensas y la posibilidad de no desmembrarme aunque esté llena de huecos por dentro. Te debo un risotto con barolo en Córdoba (Argentina), una nueva emoción; te debo que el gris no sea un color tan mustio después de todo. Te debo una cicatriz en la barbilla. Te debo que aún no me de miedo. Un abrazo, pero un abrazo de verdad sincero.
Y tú que entiendes el privilegio de caminar en solitario, de colocar la mano allí donde a todos nos duele. Tu que a fuerza de admiración te conviertes cada día en el mar de los recuerdos, en la esencia de un suspiro que guardo para mi. Porque a tu lado he aprendido el valor de la palabra y el dolor del tiempo. Si bien el azar me acerca y me aleja, tus lazos están allí en el calor de tus actos en lo venerable de tu ser. No me debes nada, salvo la sonrisa con la que me recibes cada vez que te veo.
3 comentarios:
Bien. Una noche me preguntabas que eras vos para mí. Así que el licor en la cabeza hace pensar mejor y esto fue lo que escribí después de mi huída repentina. Sos el gallo, la veleta vigilante de puntos cardinales que lanza sus flechas al sur de Vinh. Demasiada gramática y pocas flores, demasiados síndromes de títulos aristócratas, demasiada explosión nuclear. Sos la fe que estremece el paisaje, un coro de vírgenes vestales, el corazón infectado, la luz de los días. Tenés la belleza contradictoria de una casa en eterna construcción, paredes sin puertas, puertas sin ventanas, paredes sin techos ni ventanas ni puertas, sin habitantes, pero con un mar helado y quieto que puede burlarse de los campos patagónicos y del viento arenoso que nunca deja de soplar, tan magnético, tan poblado de cangrejos y medusas de gran tamaño. Sos el kilo y medio de 2666, en días en que no querés leer nada. El inventario de historias donde sólo hay abrigo para un puñado de recuerdos que aguardan inquietos en la máquina cognitiva. Sos volver de un viaje de intensos retratos, de un horizonte asfixiado y de una verdad implacable. La pesadilla que debe amor, debe ausencia, debe sonrisas y algunos cafés que habrás de preparar sin azúcar como la amistad se practica sin sexo o como las termitas pulen las rígidas aristas de la soledad. Debés olvido. Yo por lo menos te debo el esfuerzo, el valor de bajar guardias, defensas y la posibilidad de no desmembrarme aunque esté llena de huecos por dentro. Te debo un risotto con barolo en Córdoba (Argentina), una nueva emoción; te debo que el gris no sea un color tan mustio después de todo. Te debo una cicatriz en la barbilla. Te debo que aún no me de miedo.
Un abrazo, pero un abrazo de verdad sincero.
Y tú que entiendes el privilegio de caminar en solitario, de colocar la mano allí donde a todos nos duele. Tu que a fuerza de admiración te conviertes cada día en el mar de los recuerdos, en la esencia de un suspiro que guardo para mi. Porque a tu lado he aprendido el valor de la palabra y el dolor del tiempo. Si bien el azar me acerca y me aleja, tus lazos están allí en el calor de tus actos en lo venerable de tu ser.
No me debes nada, salvo la sonrisa con la que me recibes cada vez que te veo.
Gracias por estar.
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